Recientemente he leído la historia de un conocido yogui. A la edad de 7 años empezó a practicar el yoga junto con sus padres, el maestro de los cuales es el maestro conocido hoy como B.K.S. Iyengar.
A la edad de 17 años ya era capaz de realiar más de 100 posturas distintas, entre ellas algunas posturas muy raras y otras muy extremas.
Su maestro le asignó la misión de viajar por el resto del mundo para enseñar el yoga. Fue en uno de estos viajes, en Londres, donde ayudando a un amigo a subir unas cajas a una furgoneta, que tuvo una lesión en las vertebras lumbares.
Esta lesión fue tan fuerte que tuvo que comenzar toda una tarea de reeducación. La frustración de saber lo que podía hacer antes y las limitaciones que ahora tenía era muy grande: tuvo que reeducar su cuerpo de nuevo y ya no era posible llegar a donde llegó en el pasado.
Este hecho le hizo plantearse cuál es la finalidad del asana. ¿Qué representa realmente el asana en la vida de un yogui? Ahora ya no podía practicar tanto como quería y debía evitar llegar tan lejos como lo hizo en el pasado.
Con el paso de los años entendió que el Asana no es más que un medio, no puede nunca llegar a ser un fin. El asana es nuestro medio para seguir nuestro Dharma, nuestro camino de vida; no es nuestro fin. Practicar asanas 7h por día lo único que puede hacer es acabar alimentando nuestro ego.
La historia de este yogui resonó en mí. No porque sea un loco de los asanas, sino porque como profesor de yoga, de hatha yoga en particular, me doy cuenta de que los asanas forman una parte muy importante de mi enseñanza. E. Practicar Asanas nos permite estar menos perturbados por los vrittis de nuestro estado físico.