Esta es una historia (corta) real sobre Amal, un joven indio de Kerala que realizó su formación de profesor de Yoga conmigo, en Trivandrum.
Amal es de un pequeño pueblo al sur de Cochin, en el estado de Kerala, en el sur de la India. Tiene 20 años, su lengua es el malayalam y se ha formado en Ayurveda, específicamente en tratamientos Panchakarma en los últimos dos años.
Amal eligió hacer una formación de yoga porque es lo que está de moda en India. No sabía prácticamente nada de yoga: su idea general era exactamente la misma que la de cualquier ‘occidental’: que el yoga es ejercicio físico, estiramientos…
Durante el mes de formación que pasamos juntos, Amal aprendió sobre las cuatro vías del Yoga descritas en la Bhagavad Gita: Karma, Bhakti, Djana y Raja yoga. Aprendió que «yoga» es algo mucho más profundo e inmenso que unos simples Asanas, y que es posible ser un yogui realizado sin necesidad de practicar Asanas. Asana es sólo una parte del Raja Yoga.
Amal pasó el mes de formación en Trivandrum. No volvió a su casa durante este mes, aunque sólo hubiera una distancia de dos horas. Habló con su madre una sola vez.
Al acabar la formación Amal me invitó a visitar su pueblo y su familia. Así que el día 30 de enero (de 2018) cogimos el tren hacia el norte de Kerala, hacia Kanyakulam.
Allí nos recogió su ‘hermano’, el recién marido de su hermana. Se habían casado hacia 4 meses, un matrimonio acordado entre dos familias que parece ser un éxito: dos personas que desprenden bondad y sinceridad.
Al llegar a su casa, su hermana y sus padres nos recibieron con los brazos abiertos. Y con samosa y Chai. La hospitalidad de los indios está muy basada en principios ancestrales: alimentar a los invitados. Aunque a veces alimentan en exceso.
Amal me prestó un dothi que ya no me quité en toda la tarde.
Al entrar en casa de Amal, lo primero que me llamó la atención fueron los cuadros y estatuillas repartidas por toda la casa. Amal me explicó que su padre es devoto de Vishnu. Había un cuadro en relieve con los 4 caballos de la Bhagavad Gita, y donde se veía claramente a Arjuna y a Krishna: uno de los avatares de Vishnu.
Como en todas las casas de los hindús, había un pequeño espacio dedicado al rezo. El rezo hindú está basado en frases que se repiten continuamente, por 108 veces. Cuando hacen su rezo, utilizan un collar para poder ir contando el número de veces que se ha recitado el mantra. El equivalente del rosario que tanto conocemos los que tenemos cultura católica.
Me senté cerca del altar junto al padre de Amal. Le pregunté sobre su vida, sobre sus rezos, sobre su devoción. El padre de Amal viajó durante muchos años por razones de trabajo, sobre todo a los países del Golfo. Estuvo lejos de su familia porque debía ganar dinero para dar a su familia un techo y las necesidades esenciales para vivir.
El padre de Amal reza al amanecer y al atardecer. Lo hace en soledad, delante de su lámpara de aceite, el Mahabarata y el Ramanaya, las dos epopeyas principales del hinduismo.
Lo que más me habló fue su mirada. Sus pupilas desdibujadas, el iris que se funde hacia el blanco, pero con colores oscuros y brillantes, como una Labradorita.
Sus ojos transmitían preguntas, cansancio, calma, reconocimiento con el otro, alegría y probablemente curiosidad. ¿Por qué un occidental hace tantas preguntas sobre mi vida y mi devoción?
Amal nos llevó a visitar un templo que festejaba una deidad ese día. El festejo de deidades en Kerala es parecido a una batucada brasileña… Pero india: llena de colores, dioses que caminan, procesiones que llevan grandes símbolos en lugar de representaciones humanas de dioses.
Después de la «batucada», visitamos un Ashram. Debido a mi ignorancia, antes de ir a India, yo pensaba que un Ashram era básicamente un centro de meditación, devoción y entrenamiento, pero en realidad puede ser mucho más, o mucho menos. Este Ashram consistía en un pequeño terreno donde había 3 pequeños altares dedicados a diferentes hatha yoguis que habían alcanzado la iluminación.
En ese Ashram había únicamente un swami ocupándose de las tareas más importantes.
En el altar principal, nos sentamos y meditamos.
Al acabar, visitamos el resto de altares y empezamos a hablar con el swami para saber más cosas acerca de los yoguis a los que se dedicaba el ashram.
El yogui del altar principal había alcanzado la iluminación en el año 1100 y había vivido 400 años. Era capaz de vomitar sus intestinos y limpiarlos.
Estuvimos hablando con el swami por un tiempo más, pero en Malayalam. Al acabar hubo un cambio en la expresión de Amal.
Después de un mes de formación intensiva en yoga, aprender las distintas vías del yoga y finalmente visitar este ashram, Amal se dio cuenta que el Yoga ha estado a su alrededor a lo largo de su vida: su padre es un bhakti yogui, existen muchos yoguis que practican la devoción. Descubrir también este ashram tan cercano dedicado a hatha yoguis le mostró hasta que punto el hatha yoga es ancestral y presente en su cultura.
Al salir del Ashram Amal me miró y me confesó que para él, todo lo que había ocurrido era una revelación en su vida. Había sido un ignorante de su propia cultura, como gran parte de los indios.
Ahora había encontrado un camino, esta revelación fue un paso hacia su Swadharma. Este fue el despertar de Amal.
Es una narracion muy bonita y llena de superacion y conocimiento en busca de de uno mismo.Me encanta como lo describes,es como si lo viviera.Me ha gustado mucho.
Muy real, muy vivo, muy sentido
Me remonta a mi estancia en la India en 1980-81 aprendiendo yoga y practicando Vipassana. Gracias Pablo, por este bello y profundo relato… y las fotos
Hola Alfonso 🙂 Pues precisamente eso es lo que he hecho en este viaje: aprender yoga y practicar Vypassana 🙂