Había una vez en el Tibet un hombre de unos 60 años. Su mujer había fallecido hacía ya 15 años, sus hijos e hijas ya habían formado sus familias y vivían en otras regiones lejanas.
Un día, le llegó la noticia que un lama iba a visitar uno de los poblados vecinos para responder preguntas sobre el Dharma y la vida. El hombre aprovechó la ocasión y fue a ver al Lama.
Estimado guía de la rueda del renacimiento. Mi mujer murió hace muchos años. Mis hijas e hijos se fueron a formar sus familias hace tiempo. Ahora me gustaría poder trabajar mi karma para vidas futuras.
El Lama le dijo:
Si quieres trabajar tu karma, medita día y noche durante los próximos 10 años. Ya no te harán falta más vidas, esta ha sido tu última reencarnación.
El hombre, satisfecho con la respuesta, volvió a su casa. A partir de ese momento, meditó durante día y noche, siguiendo la guía del Lama. Cuando pasaron 10 años, el hombre no se iluminó, y nada cambió. Aun así, la devoción que le unía a este Lama no hizo que perdiera su determinación.
Meditó 10 años más. Nada cambió ni llegó una gran revelación o despertar. Pero el hombre seguía persistiendo y entregado al Dharma que le había dado el Lama. Pasaron 10 años más.
Un día, llegó a sus oídos que el mismo Lama que había pasado 30 años antes por un poblado cercano, iba a pasar de nuevo. Aprovechó la ocasión para ir a visitar al Lama:
Querido Lama, he seguido tus indicaciones, y he meditado día y noche durante los últimos 30 años. Sin embargo, no parece que tu predicción vaya a cumplirse. Me siento anclado a mi karma y no parece que esta vaya a ser mi última reencarnación.
El Lama, compasivo, miró al hombre y le dijo:
Discúlpame, pero me equivoqué. Esta no va a ser tu última reencarnación. Pero sigue meditando para trabajar tu karma en tu próxima vida.
El hombre, algo más tranquilo por haber recibido una respuesta volvió a casa.
Se sentó a meditar.
Y se iluminó.