Había una vez un mono en una selva. Caminaba por sendas que los animales habían ido creando con el paso del tiempo, sendas que cambiaban cada año.

El mono llegó a un lugar donde se encontró a la jirafa y le dijo: «Jirafa, ven conmigo, vamos a disfrutar de este maravilloso día juntos. Mira qué azul está el cielo, escucha el agua fluir en el río, vamos a caminar lenta y conscientemente a través de estas sendas y vivir así el momento presente».

La jirafa, animada por el mono, decidió seguirle. Así que caminaron lentamente, escuchando todos los sonidos de la selva a su alrededor. La jirafa estaba sorprendida de la cantidad de sonidos a los que en su día a día no prestaba atención: el movimiento de las hojas con el viento, las pisadas en el suelo al caminar, el crepitar de los árboles.

Al cabo de un tiempo llegaron a la zona donde se encontraban los loros. El mono se acercó a ellos y les dijo: «Loros, uníos a nosotros, vamos a disfrutar de este maravilloso día juntos. Mirad qué azul está el cielo, escuchad el agua fluir en el río, vamos a caminar y volar lenta y conscientemente a través de estas sendas y vivir así el momento presente».

Los loros se unieron. Y lentamente caminaban al lado del mono y la jirafa. Un paso y otro paso con sus patitas y sus cuatro dedos de cada pata. Qué bonito era para ellos sentir la tierra húmeda y acolchada de la selva. Qué bonito era estar todos en silencio y descubrir y experimentar aquello que siempre estaba a su alrededor y a lo que nunca prestaban atención por estar demasiado ocupados en sus discusiones de loros.

Y así siguieron caminando lentamente, se unió más tarde el elefante, el sapo, dos tucanes, incluso un puma y un tigre.

Caminaban todos lentamente, en silencio. Qué paz, qué profundidad, qué lleno estaba ese momento de felicidad.

Al cabo de unas horas, el grupo llegó allí donde se encontraba el león. El mono se acercó a su cueva y habló: «León, ven con nosotros, vamos a disfrutar de este maravilloso día juntos. Mira qué azul está el cielo, escucha el agua fluir en el río, vamos a caminar lenta y conscientemente a través de estas sendas y vivir así el momento presente».

El león salió lentamente, con paso seguro y firme. Con una presencia que por sí misma irradiaba paz. Alzó la mirada parar mirar al grupo que ahora era enorme, un grupo que había sido unido por el mono. Todos parecían estar en un estado de plena presencia. Y entonces, habló: «Mono, estás obsesionado con tus tripis. Cada vez que te haces uno de tus viajes, arrastras a todos los animales de la selva y acabas desapareciendo y dejándonos a todos con cara de tontos por haberte seguido.»



Nota: esta historia me recuerda mucho a lo que mi maestro Bhanu nos decía a menudo: no trates de yoguizar al mundo. Es cierto que a veces descubrimos algo en la vida que nos entusiasma, que nos sana, que nos hace avanzar a pasos agigantados. Y es cierto que queremos compartirlo con nuestros seres queridos, con el mundo. Pero cada uno está en un momento de vida diferente. Haz del yoga tu forma de vida, pero no trates de convencer a nadie.

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