Este cuento habla sobre la confianza en nosotros mismos. En entender que amarnos y amar lo que hacemos es primordial para el desarrollo espiritual. Por experiencia personal: es un trabajo constante, piedra a piedra debemos construir o reconstruir esa confianza. Al final, el juicio de los demás… está de más.
Un joven que quiere ser pintor acude donde un gran Maestro. Este le pide que pinte y que le traiga su cuadro. Cuando lo termina, el joven se lo muestra al viejo, quien le dice:
—¿Cómo lo sientes? ¿Has logrado tu obra?
—Espero que usted me lo diga —responde, inseguro, el muchacho.
—Aún no has llegado.
El joven, triste, vuelve a su cuarto y comienza otro cuadro. Cuando lo termina, regresa donde el viejo:
—¿Cómo lo sientes? ¿Has logrado tu obra?
—Espero que usted me lo diga.
—Aún no has llegado.
Y así, durante algunos años, la misma escena se repite. Un día, por fin, el alumno siente que ha realizado una pintura que tiene valor. Contento, la lleva a su Maestro. Este la examina atentamente y luego, como siempre, le pregunta:
—¿Cómo lo sientes? ¿Has logrado tu obra?
—Esta vez creo que sí la he logrado, pero espero que usted me lo diga.
—Tengo que pensarlo, estudiar tu cuadro. Vuelve mañana.
El joven, eufórico, va a un café donde se reúnen los otros alumnos y comenta con cada uno de ellos los valores de su obra. Un muchacho le dice:
—No sé por qué estás tan satisfecho de ti mismo. Acabo de hablar con el viejo y él no ha cesado de demoler tu cuadro. Dice que no tiene el menor valor.
El pintor, furioso, corre a la casa del Maestro y al verlo, le grita:
—¿Cómo puede hablar así de mi cuadro? Es injusto: estoy seguro de que usted sabe cuán logrado está. ¡Es una obra de arte! ¡No le admito que lo ande demoliendo! ¡No admito que hable mal de un cuadro que amo!
El viejo sonríe y le responde:
—¡Por fin has llegado!
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Fuente: La sabiduría de los cuentos | Alejandro Jodorowsky