Había una vez un grupo de niños que estaba jugando en un campo en las afueras del pueblo.

Mientras jugaban al escondite, uno de los niños encontró una bolsa de rafia llena de avellanas, aparentemente abandonada, a escasos metros de donde pasaba un camino de tierra. Asumieron que se habría caído del carro de algún comerciante.

Los niños estaban excitados por el hallazgo y decidieron sin más ir a visitar al sabio del pueblo para que les ayudara a decidir como repartirlas.

El sabio preguntó a los niños: – ¿Preferís que el reparto se haga a la manera de Dios o a la manera del hombre?

Todos los niños estuvieron de acuerdo en que la forma de repartirlas debía ser a la manera de Dios. Así que el sabio empezó la repartición y dio la mitad de las avellanas a un niño, a otro niño le dio un cuarto, al otro le dio un gran puñado, a otro le dio solo dos y al último niño no le dio nada.

Los niños se quedaron atónitos por esta forma de haber repartido las avellanas, y casi al unísono dijeron: – ¡No es justo, pero si hemos pedido que las repartas a la manera de Dios!

A lo que el sabio respondió: – Exacto. Yo lo he repartido a la manera de Dios, tal y como me habéis pedido. Si me hubieseis pedido que las repartiera a la forma del hombre, hubiese tratado de ser justo y daros la misma cantidad a cada uno, tal es el concepto de igualdad, ecuanimidad y justicia del hombre.

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¿Qué sabemos?

Dios está libre de justicia, de lo que está bien o está mal, de lo que le corresponde a unos o a otros. Miremos al mundo si no. La manera de Dios, la manera de la vida y de la naturaleza, no sigue las reglas de lo justo y lo injusto que rige el sentido común de los hombres. La manera de Dios es extraña e incomprensible para el hombre, incapaz de entender los azares de la vida.

Pero la enseñanza de este cuento es todavía más profunda y sutil de lo que parece: ¿quién puede decir que el primer niño tuvo más suerte que el último? ¿Quién sabe de qué manera afectó a cada niño la situación en la que la vida lo puso con esas avellanas delante? ¿Qué sabemos de lo que es la buena suerte o la mala suerte? ¿Acaso el niño que no recibió ninguna avellana no tuvo que ir a buscarse la vida y desarrollar cualidades que le permitieran obtener comida? ¿Acaso el niño que recibió la mitad de las avellanas no tuvo alguna intoxicación? ¿Quién sabe? He ahí el misterio de la vida, no podemos valorarlo por momentos aislados. La vida nos pone las situaciones que necesitamos para aprender, para madurar y para cumplir nuestro Dharma.

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